Cuanto más investigo sobre el liderazgo, más entiendo que la principal responsabilidad del líder es tener conciencia: conciencia del impacto que podemos tener en la vida de las personas, conciencia del peso devastador o del efecto empoderador de nuestras palabras, conciencia de nuestros sesgos, de las emociones y momentos personales de los equipos. Se trata de un rol en el que debemos ser conscientes de que todo lo que hacemos o dejamos de hacer afecta directamente el bienestar de las personas de nuestro equipo.
Sin embargo, muchos piensan que para liderar solo se necesita autoridad. Solo se necesita tener el cargo suficiente para decidir sobre los demás. Ese liderazgo, anclado en la obediencia, aunque puede lograr que se hagan las cosas, lo hace sin contar realmente con el compromiso de las personas[1].
Hace poco, en el podcastDare to Lead, de Brené Brown, escuché la entrevista que le hizo a Abby Wambach, ex jugadora de fútbol para la selección estadounidense. Cuando ella conoció a su entrenadora sueca Pia Sundhage, quien se presentó a todas tocando su guitarra, Wambach explicaba que, acostumbrada a un liderazgo imponente, esto le generó emociones que iban desde la pena ajena hasta la curiosidad. En su reflexión, ella concluía que esa fue la introducción perfecta de lo que fueron los siguientes cuatro años del equipo, con una líder que era fiel a sí misma y traía todo lo que ella era a la mesa. Sus talentos, pero también su humanidad y su vulnerabilidad. Para ella, este cambio de liderazgo generó los mejores años del equipo, pues todas las jugadoras sintieron la posibilidad de ser ellas mismas, de entrenar y jugar siendo reconocidas y vistas en su totalidad: como seres humanos, como mujeres y, por supuesto, como deportistas[2].
Ser líder de un equipo —más que una medalla para colgarse, más que un título rimbombante— es tener el honor de estar en una posición con posibilidad de influir en otros. Es una tarea que se debe asumir con la responsabilidad de entender que nuestras acciones y actitudes afectan a quienes hacen parte de nuestros equipos. Nuestras actitudes marcan el tono con el que la gente llega a la oficina o empieza su trabajo. Si entendemos ese poder, ojalá queramos liderar desde nuestra humanidad, desde la empatía por el otro y sus condiciones, desde el deseo de que nuestros equipos crezcan personal y profesionalmente. Y aunque está claro que hoy más que nunca ser líder es tomar decisiones difíciles y que no siempre serán las mejores para todas las personas, habrá una diferencia si pensamos que no se trata de una transacción, sino de una transformación. Si se entiende, se recoge y se valida la emocionalidad detrás del proceso; si pensamos que la gente no solo se motiva con hechos y evidencias, sino también con sueños y posibilidades. Con visiones compartidas de lo que podemos llegar a ser.
Sobra decir que nadie necesita un cargo para poder liderar. Como dice Abby Wambach: se puede “liderar también desde la banca”[3], porque lo que hace a un verdadero líder es querer influir de forma positiva y constructiva en el futuro de una compañía, pero sobre todo en el futuro de las personas que la componen.
[1] Nana Vásquez (noviembre de 2020) Estilos de liderazgo. Curso Inmersión en Colombia para los próximos dirigentes del país. La Silla Vacía.
[2] Brené Brown with Abby Wambach on the New Rules of Leadership “Dare to lead” Podcast. 2020. https://brenebrown.com/podcast/brene-with-abby-wambach-on-the-new-rules-of-leadership/
[3] https://brenebrown.com/podcast/brene-with-abby-wambach-on-the-new-rules-of-leadership/